Resulta muy manido utilizar el mundo de la medicina para hacer comparaciones con el mundo educativo. Pues aquí tenemos una más.
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Normalmente utilizamos la visita médica para reponer los medicamentos necesarios e imprescindibles (paracetamol, ibuprofeno y poco más). Los de siempre. A no ser que tengamos alguna dificultad de aprendizaje (uy, ya estamos), digo, alergia, por lo que nos recetarán algún antihistamínico. O alguna dificultad mayor que necesite una ACI (anda, otra vez), digo, alguna enfermedad más específica y nos receten algún medicamento más concreto y personalizado.
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En la mayoría de las ocasiones, necesitamos y utilizamos las mismas medicinas sin siquiera planteárnoslo. Hay médicos que las recetan sin pestañear y a otra cosa. Tampoco hay tiempo, con los recortes, para mucho más. Hay quienes recetan siempre lo mismo impasiblemete porque es lo que le piden. También los hay que antes de recetar, hablan con el paciente, lo escuchan, lo observan, y les recetan otra cosa diferente a la normal o no recetan absolutamente nada porque le plantea al enfermo o al paciente otra metodología (uishh, otra vez), digo, otra forma de afrontar los problemas que necesitan, aparentemente, medicarse. Con prevención, con cariño, con emoción, con cercanía, con asertividad, con actitud de ayuda.
Nos acostumbramos a las medicinas y recetas habituales sin plantearnos si podrían ser otras o, simplemente, si son necesarias. Cambiando de metodologías y de evaluación (vaya, otra vez), digo, de vida y de hábitos, no necesitaríamos tantas recetas, ni tantas medicinas. Nos sumimos en lo de siempre sin salir de ese círculo rutinario que nos limita y que es muy difícil de romper. Por la costumbre, por la falta de tiempo, por el miedo a si pasará algo no controlable. Si nos atreviéramos a romperlo, seguro que, al menos, encontraríamos más motivación.
¿Qué me receta, doctor?
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