martes, 31 de mayo de 2016

LA OBSESIÓN DEL EXAMEN

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Estamos terminando el curso e incluso en 2º de bachilleato ya lo hemos terminado. En estos momentos decisivos para alumnado, familias y docentes, se me vienen a la cabeza varias frases escuchadas a docentes o a alumnos en clase hace más o menos tiempo o en algún encuentro reciente. Frases como: "si no estudian, les ponemos más exámenes" o la que comentó una alumna hace dos cursos en 2º de bachillerato:"maestro, hacemos tantos exámenes que no nos da tiempo a aprender" o del curso pasado en ese mismo nivel: "sólo pensamos en los exámenes y ni nos damos cuenta de qué estamos estudiando. Sólo pensamos en acabar uno para pasar al siguiente y casi termina sin importarnos si aprobamos o no". O la frase lapidaria y, para mí, certera pronunciada por Julio Rogero en el encuentro de Conspiración Educativa de Segovia: "la evaluación, tal como se desarrolla en los centros, es la mayor arma de opresión, dominación y alienación de la población escolar".

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Y es que creo que existe un problema de concepto importante en esto de la evaluación. La podemos entender como calificación final y como elemento de control del alumnado. De esta forma la evaluación se torna elemento de dominación, como afirmaba Rogero, y sólo es importante el resultado final y el alumnado, entonces, sólo se preocupa por "jugar a la escuela", es decir, hacer como que aprende para salir del paso de manera más o menos decorosa. El aprendizaje no cuenta para nada, sólo sacar buena nota o aprobar y a otra cosa mariposa. En este concepto de la evaluación, el examen es el único instrumento de evaluación que se concibe y los demás, cuando los hay, son completamente subsidiarios o ridículamente valorados. El examen lo es todo. Es el dueño del proceso escolar. Este el modelo dominante (en este caso, como sinónimo de mayoritario y no de dominación). El que conocen las familias y el que sufre el alumnado. Exámenes para todo y exámenes de todo. Y si no hay suficientes nos inventamos algunos por si acaso al alumno se le ocurre bajar el pistón del esfuerzo. Y así llegar a la excelencia. De unos pocos, claro. Puede que no aprendan mucho, pero ¡y la de exámenes que han hecho! ¿Para qué? Pues para tranquilidad de todos, de docentes que se sienten seguros con unas calificaciones exactas y minuciosas (un 4,78 es algo maravilloso que seguro que hace salibar a muchos), para las familias que saben a qué atenerse sin parase a pensar qué se está valorando y para el alumnado que sabe a qué atenerse.

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Pero, también, se puede entender la evaluación como proceso, donde el resultado es algo lógico y natural al final del mismo y no es lo más importante (lo importante no es la meta, sino el camino), donde el esfuerzo se mide no por las horas de estudio y el número de exámenes sino en la capacidad de colaborar, de buscar y filtrar información, de crear materiales, de ser creativos y originales, de debatir, explicar y ser autónomos y donde el error sirva para el aprendizaje y no sea un estigma para toda la vida (o toda la evaluación, o todo el curso). Donde no se juegue a la escuela sino que lo importante sea el aprendizaje y no la nota. O lo que es lo mismo, que se aprenda evaluando y se evalúe aprendiendo. Pero, claro, eso supone cambiar. Fatídica palabra para quienes se mueven en su zona de confort o de miedo, ya sean familias, alumnos o docentes. 

Sabéis que no hago exámenes, excepto en 2º de bachillerato por exigencias del guión, digo de la selectividad y la tradición (algunos dirían que por responsabilidad, pero yo no estoy muy seguro de esto) y al alumno le cuesta trabajo adaptarse al cambio y entender lo que se les va a valorar. Pero cuando lo entienden, lo asumen con naturalidad, lo mismo que las familias, y sólo se preguntan por qué no se hace más.

Exámenes tradicionales, memorísticos y conceptuales no son sinónimo de aprendizaje y son el elemento más claro de la escuela industrial ya fracasada que permite, justifica y mantiene la exclusión. Y hacer más exámenes sólo aumenta este proceso. A lo mejor, o a lo peor, es lo que interesa. Porque se pueden hacer otros "exámenes" o tareas: plantear retos después de desarrollar un tema o proyecto o hacer una prueba cooperativa como muestra de aprendizaje.

Y no hay que irse muy lejos para argumentar las ventajas de este tipo de evaluación formativa frente a la simplemente calificadora. Sólo tenemos que acudir a nuestros queridos Dale y Bloom para comprenderlas. Más claro, agua:


Pero sigamos haciendo exámenes por un tubo. Seguramente servirá para seguir manifestando el fracaso de una Escuela, una Educación y un Aprendizaje completamente desfasados. Sigamos echando leña al fuego. 

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